viernes, 11 de noviembre de 2016

La magia existe. Carta a mi hermana de acogida

Resiliencia

La vida regala momentos únicos, impensables en la biografía inicial de un niño. Solo la magia de la resiliencia, del vínculo establecido entre el niño herido y quienes con su amor sanan día a día sus heridas, puede explicar la transformación.
Hace un tiempo conocí a un niño muy especial. Su historia también lo es, pero no la que se remonta a tiempos muy lejanos (quizás tristemente parecida a otras en las que la incompetencia parental tiene efectos devastadores), sino a su evolución, al modo en que la entrega, el afecto, la aceptación y la esperanza han hecho que, en contra de lo esperable, nuestro niño esté logrando avances espectaculares. Su familia de acogida son los responsables del maravilloso cambio. Bueno, eso y sus ganas de aferrarse a la vida cogiéndose con fuerza al tren de la constancia, el esfuerzo y a esa preciosa palabra llamada familia. Dice una frase que recientemente he leído: El sentido es un hilo que cose nuestros momentos para bordar una historia. Y esta es la historia de un acogimiento especial. 
Siempre he admirado a las familias de acogida. Hoy mi admiración quiero centrarla en los hermanos de acogida, héroes sin batalla, arco iris en la oscuridad de quien no han podido experimentar la grandeza de los buenos tratos. Con su sola presencia son capaces de calmar angustias y temores, con su amor consiguen reparar heridas.
De la mano de una gran profesional y también amiga me llegó hace unos días la carta que a continuación comparto, escrita por su hija ¿biológica? (dudo que su hijo de acogida no pueda compartir el mismo adjetivo pues si conocierais la historia estaríais de acuerdo en que le ha dado nuevamente vida). La sensibilidad con que está escrita es tan solo un ejemplo de la conexión empática que hay entre ella y su pequeño hermano. Lo cotidiano no es por ello menos abrumador que lo excepcional. El miedo al abandono, a no saber qué habrá o quiénes estarán cuando el nuevo día despierte, forma parte del camino en muchos niños y niñas acogidos. Esta admirable hermana de acogida nos invita, desde su reflexión, a que por unos momentos podamos meternos en la piel del pequeño y sentir como siente, pero sobre todo, la confirmación de que la magia existe.
Sin más, os invito a disfrutar de la carta:

"Es hora de irse a dormir.
Busco cualquier excusa para no irme a la cama.
No me gusta la noche. Me asusta dormirme. Me horroriza lo que pueda encontrarme al abrir los ojos. Me siento inseguro en la oscuridad.
No quiero, no quiero.
Gracias a la alineación de los astros en esta lluviosa noche de octubre, mi hermana mayor decide hacerme una visita a la cocina justo antes de marchar, entre sollozos, a mi habitación a dormir.
Me lleva a su habitación, me sienta en el suelo, y me enseña, explicándome con palabras que no alcanzo a entender, de donde son las piedras de su cuarto que yo tanto admiro. Por fin, después de meses, me deja cogerlas, habiéndome negado siempre del goce del olor a río.
Yo me río.
Mientras, mi teta me sigue explicando los distintos tamaños de las piedras. Yo no la entiendo, pero me río. Soy feliz con estas pequeñas perlas entre mis manos.
Mi hermana me mira, me sonríe, sé que no puedo entender lo que dice, pero sí su mirada.
Me quiere. 
Me quiere y le gusta verme reír, y más aún cuando ella es el motivo de mis sonrisas.
Emocionada por mi ilusión, me levanta y me lleva de la mano hasta la cocina. Por el pasillo los dos reímos, como dos hermanos locos el uno por el otro.
Nos ponemos delante de la pila y ella moja las piedras.
No entiendo lo que hace, que pretende, pero me río.
Mágicamente, al mojar las piedras cambian de color.
Yo no lo entiendo, pero me río. Veo en sus ojos una extraña sensación de admiración, de orgullo...de magia.
Entonces yo, que desde el primer momento me he encantado con la piedra más grande, consigo hacerme con ella y llevarla hasta mi habitación. Con mi teta de la otra mano, claro.
Las arrastro a las dos hasta mi cama, cojo a mi hermana y, haciéndole gestos, le indico que acerque la piedra a la lámpara.
Debe brillar en la oscuridad, pienso convencido.
Pero esta vez es mi hermana la que no me entiende. Ella no sabe valorar la magia que posee esa piedra, al contrario que yo. 
Pero aun así, ella sigue mis indicaciones, y aún con cara de desconcierto, convierte esa piedra en la piedra más mágica que jamás ha existido.
Acaba de crear un nuevo sueño. Acaba de soñar conmigo, de hacer magia.
Y entonces lo entiendo. 
La magia no está en la piedra, está en las personas, está en mi hermana, está en mí...está en nosotros, en el lazo que nos une.
Pero, es hora de irse a dormir. Mi cabeza vuelve a la realidad y el miedo, junto a la rabia, vuelven a inundarme.
Lloro, grito, pataleo.
Pero no importa, porque mañana será otro día.
Porque mi mamá, mi tete y mi hermana volverán a hacerme creer en la magia.
Y entonces...entonces olvidaré que tengo miedo."
Muchas gracias Bea
fuente: resilienciainfantil.blogspot.cl
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